Del 12 al 19 de febrero de este
año, se estará celebrando en Granada, Nicaragua el VIII Festival Internacional
de Poesía, que este año será en homenaje al Poeta Carlos Martínez Rivas y en
saludo a los 100 años del Poeta Pablo Antonio Cuadra, dos de los poetas más
importantes que han surgido en Nicaragua.
Carlos Martínez Rivas, por
casualidades de la vida nació en Guatemala, nicaragüense de pura cepa inició su
educación en Granada, ciudad que él mismo pediría fuese su última morada. Para
muchos críticos literarios es considerado el sucesor de Rubén Darío, con una su
poesía que deslumbra y muestra en todo su esplendor la cultura y habilidad literaria
de este gran poeta. La poesía y el arte sin duda fueron su paraíso siempre
recobrado y la causa de que ir por este mundo siendo un insurrecto solitario.
Del 12 al 19 de febrero del 2012,
un homenaje más que merecido en la tierra que cobija los restos físicos y
espirituales de alguien que nació y que nunca ha muerto.
En 1947, dedicó un poema a
Joaquín Pasos, en la que celebra no su muerte, sino su vida:
CANTO FÚNEBRE A LA MUERTE
DE JOAQUÍN PASOS
I
Con el redoble de un tambor
en el centro de una pequeña Plaza
de Armas,
como si de los funerales de un
Héroe se tratara;
así querría comenzar. Y lo mismo
que es ley en el Rito de la
Muerte,
de su muerte olvidarme y a su
vida,
y a de los otros héroes apagados
que igual que él ardieron aquí
abajo, volverme.
Porque son muchos los poetas
jóvenes que antaño han
(muerto.
A través de los siglos se saludan
y oímos
encenderse sus voces como gallos
remotos
que desde el fondo de la noche se
llaman y responden.
Poco sabemos de ellos: que fueron
jóvenes y hollaron
con sus pies esta tierra. Que
supieron tocar algún
(instrumento.
Que sintieron sobre sus cabezas
el aire del mar
y contemplaron las colinas. Que
amaron a una muchacha
y a este amor se aferraron al
extremo de olvidarse de ellas.
Que todo esto lo escribían hasta
muy tarde, corrigiéndolo
(mucho,
pero un día murieron. Y ya sus
voces se encienden en la
(noche.
II
Sin
embargo nosotros, Joaquín, sabemos
tanto de ti. Sé tanto… Retrocedo
hasta el día aquel en brazos de
tu aya
en que, de pronto, te diste
cuenta de que existías.
Y ante ese percatarse fuiste y
fueron tus ojos
y el ver más puro fue que hasta
entonces sobre
los seres se posara. No obstante,
los mirabas
sólo con una boba pupila sin
destino,
sin retenerlos para el amor o el
odio.
(Aún tus mismas manitas sabían
ser más hábiles
en eso de coger un objeto y no
soltarlo).
Una mañana te llevaron a una
peluquería, en donde
te sentaron muy serio, y todo el
tiempo
te portaste como una caballerito
y bromearon contigo los clientes.
Todo esto
mientras te cortaban los bucles y
te hacían
parecer tan distinto.
A la calle saliste después. A la
otra calle
y a la otra edad, en la que se le
pintan
bigotes a la Gioconda de Leonardo
y se es greñudo y cruel…
Mas luminosa irrumpe pronto la
juventud.
Después, todos sabemos lo demás:
el impuesto
que las cosas te cobraban. el
fluir de los seres
que a tu encuentro acudían por
turno, cada uno
con su pregunta
a la que tú debías responder con
un nombre
claro, que en sus oídos resonara
distinto
entre todos los otros, y poder
ser sí mismos;
como sabemos que a Iaokanann
llegaban
los hombres más oscuros, a
recibir un nombre
con el que desde entonces
pudiera ser llamados por Dios en
el desierto.
Y ese fue en adelante tu destino.
Por el que no podrías
ya nunca más mirar libremente la
tierra.
Un mal negocio, Joaquín. Por él
supiste
que ante todas las cosas en que
te detuvieras
el tiempo mandado, temblarías.
Que bastaba mirarlas
con los ojos que se te dieron un
tiempo decoroso
para que se tornaran atroces:
el
fulgor de un limón.
El peso sordo de una manzana.
El rostro pensativo del hombre.
Los dos senos jadeantes, pálidos,
respirando
debajo de la blusa de una
muchacha que ha corrido;
la mano que la alcanza. Hasta las
mismas palabras…
Todo había una esencia dentro de
sí. Un sentido
sentado en su centro, inmóvil,
repitiéndose
sin menguar ni crecer,
siempre lleno de sí, como un
número.
Y esa lista de nombre y esa suma
total tú la tendrías
que hacer para el día de la ira o
el premio.
Y al hacerla, pasar tú a ser ella
misma.
Porque también te dieron a ti un
nombre. Para
que de todo eso lo llenaras como
una vaso precioso.
Que de tal modo dentro de ti lo
incluyeras
—las noches estrelladas, las flores,
los tejados de las aldeas vistos
desde el camino—
que al nombrarlos te nombraras
tú suma total de cuanto vieras.
Y para todo eso sólo se te dieron
palabras,
verbos y algunas vagas reglas.
Nada tangible.
Ni un solo utensilio de esos que
el refriegue
ha vuelto tan lustrosos. Por eso
pienso que
quizás –como a mí a veces—te
hubiese gustado más
(pintar.
Los pintores al menos tienen
cosas. Pinceles
que limpian todo los días y que
guardan en jarros
de loza y barro que ellos
compran.
Cacharros muy pintados y de todas
las formas
que ideó para su propio consuelo
el hombre simple.
O ser de aquellos otros que
tallan la madera;
los que en un mueble esculpen una
ninfa que danza
y cuya veste el aire realmente
agita.
Pero es cierto que nunca
rigió el hombre su propio
destino. Y a la dura
tarea mandada te entregaste del
modo
más honorable que he conocido.
Eso sí,
tú sabías bien en qué te habías
metido.
A los obreros viste cuando van a
la tienda. Observaste
cómo examinan ellos las
herramientas y palpan el filo
y entre todas eligen una, la
única: la esposa
para el alto lecho de los
andamios.
De este modo elegías tú el
adjetivo,
la palabra, y el verso cuyos
rítmicos
pasos como los de una enemigo
acechabas.
Hacer un poema era planear un
crimen perfecto.
Era urdir una mentira sin mácula
hecha verdad a fuerza de pureza.
III
Pero ahora te has muerto. Y el
chorro de la gracia
(contigo.
Más dicho está, que nunca
permitió Dios que aquello
que entre los mortales noblemente
ardiera
se perdiese. De esto vive nuestra
esperanza.
Difícil es y duro el luchar
contra el Olimpo
acuoso de las ranas. Desde muy
niños son
entrenados con gran maestría par
el ejercicio de la Nada.
Mucho hay que afanarse porque lo
otro
sea advertido. Y aun así, pocos
son
los que entre el humo y la burla
lo reconocen.
Pero, con todo perseveramos,
Joaquinillo. Descuida.
Redoblaremos nuestro rencor
ritual, el de la cítara.
Nuestro alegre odio con saltitos.
La nuestra víbora de los gorjeos.
Y el amor ganará.
Tú deja que tu sueño mane
tranquilo.
Y si es que a algo has hecho
traición muriendo,
allá tú.
No seré yo quien vaya a juzgarte.
Yo, que tantas
veces he traicionado.
Por eso
no levanto mi voz tampoco contra
la Muerte.
La pobre, como siempre, asustada de
su propio poder
y de tantos ayes en torno al
muerto, enrojece.
Tu muerte solamente tú te la
sabes.
No atañe a los vivos su enigma,
sino el de la vida.
Mientras vivamos sea ella
olvidada como si eternos
(fuéramos,
y esforcémonos.
Tú, desde el Orco, gallo,
despiértanos.
IV
Y a igual manera que las abejas
de Tebas
--conforme el viejo Eliano
cuenta—iban
a libar miel en labios del joven
Píndaro;
llegue este canto hasta la pálida
cabeza.
En tu pecho se pose y tu pico su
pico hiera
sorbiendo fuego. En torno de tu
frente aletee
tejiendo sobre ella una invisible
corona.
Sus alas bata con más fuerza y
hiendan
un espacio más alto sus nobles
giros.
El esfuerzo repita. Y otra vez. Y
otra… Y su vuelo
por el cielo se extienda en
anchos círculos.