"...en todo caso, había un solo
túnel, oscuro y solitario: el mío".
Aunque ni el diablo sabe qué es lo que
ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay
memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana.
La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes
sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el
olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por
ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así,
casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera
porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas
calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la
memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la
vergüenza.
Que el mundo es horrible, es una
verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo
caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces
lo obligaron a comerse una rata, pero viva.
La experiencia me ha demostrado que lo
que a mí me parece claro y evidente casi nunca lo es para el resto de mis
semejantes. Estoy tan quemado que ahora vacilo mil veces antes de ponerme a
justificar o a explicar una actitud mía y, casi siempre, termino por encerrarme
en mí mismo y no abrir la boca.
Pero tengo otra razón: LOS CRÍTICOS.
Es una plaga que nunca pude entender. Si yo fuera un gran cirujano y un señor
que jamás ha manejado un bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un
gato, viniera a explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría?
Existen en la sociedad estratos
horizontales, formados por las personas de gustos semejantes, y en estos
estratos los encuentros casuales (?) no son raros, sobre todo cuando la causa
de la estratificación es alguna característica de minorías.
Había que caer, pues, en la
posibilidad más temida, al encuentro en la calle. ¿Cómo demonios hacen ciertos
hombres para detener a una mujer, para entablar conversación y hasta para
iniciar una aventura?. Descarté sin más cualquier combinación que comenzara con
una iniciativa mía; mi ignorancia de esa técnica callejera y mi cara me
indujeron a tomar esa decisión melancólica y definitiva.
No quedaba sino esperar una feliz
circunstancia, de esas que suelen presentarse cada millón de veces; que ella
hablara primero. De modo que mi felicidad estaba librada a una remotísima
lotería, en la que había que ganar una vez para tener derecho a jugar
nuevamente y sólo recibir el premio en el caso de ganar en esta segunda
jornada. Efectivamente, tenía que darse la posibilidad de encontrarme con ella
y luego la posibilidad, todavía más improbable, de que ella me dirigiera la
palabra. Sentí un especie de vértigo, de tristeza y desesperanza. Pero, no
obstante, seguí preparando mi posición.
me emocionan los detalles, no las
generalidades.
Confesando uno de mis peores defectos:
siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente
amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas
mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy
envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve
ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de
olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la
humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar
que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante una
semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta qué punto la codicia, la
envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto
de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una
manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro
así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo,
quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es
una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la
codicia, la petulancia, la avidez y la grosería. Pero he dicho que me propongo
narrar esta historia con entera imparcialidad, y así lo haré.
Cualquiera sabe que no se resuelve el
problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de
pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así,
por casi nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso.
Júzguese hasta qué punto esa gente es
mezquina cuando no se decide a gastar más de un peso por día para asegurar su
tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y vanidosa de su bondad.
¡Cuánta más pureza de espíritu y cuánto más valor se requiere para sobrellevar
la existencia de la miseria humana sin esta hipócrita (y usuaria) operación!
Vivir consiste en construir futuros
recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estay preparando recuerdos
minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza.
El mar está ahí, permanente y rabioso.
Mi llanto de entonces, inútil; también inútiles mis esperas en la playa
solitaria, mirando tenazmente al mar. ¿Has adivinado y pintado este recuerdo
mío o has pintado el recuerdo de muchos seres como vos y yo?
"No me importa lo que puedas hacerme.
Si no pudiera amarte me moriría. Cada segundo que paso sin verte es una
interminable tortura."
Volví a casa con la sensación de una
absoluta soledad.
Generalmente, esa sensación de estar
solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad:
desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros,
mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica.
Pero en aquel momento, como en otros
semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de
mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero
comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una
furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me
emborracho, busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi
propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me
rodean.
La vida aparece a la luz de este
razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse
con la muerte, que sería, así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué?
Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en
todos los proyectos de suicidio. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a
lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que
causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia
voluntad. Y suele resultar, también, que cuando hemos llegado hasta ese borde
de la desesperación que precede al suicidio, por haber agotado el inventario de
todo lo que es malo y haber llegado al punto en que el mal es insuperable,
cualquier elemento bueno, por pequeño que sea, adquiere un desproporcionado
valor, termina por hacerse decisivo y nos aferramos a él como nos agarraríamos
desesperadamente de cualquier hierba ante el peligro de rodar en un abismo.
No recuerdo ahora las palabras exactas
de aquella carta, que era muy larga, pero más o menos le decía que me
perdonase, que yo era una basura, que no merecía su amor, que estaba condenado,
con justicia, a morir en la soledad más absoluta.
Un rey es siempre un rey, aunque
vasallos infieles y pérfidos lo hayan momentáneamente traicionado y enlodado.
la novela policial representa en el
siglo veinte lo que la novela de caballería en la época de Cervantes. Más
todavía: creo que podría hacerse algo equivalente a Don Quijote: una sátira de
la novela policial. Imaginen ustedes un individuo que se ha pasado la vida
leyendo novelas policiales y que ha llegado a la locura de creer que el mundo
funciona como una novela de Nicholas Blake o de Ellery Queen. Imaginen que ese
pobre tipo se larga finalmente a descubrir crímenes y a proceder en la vida
real como procede un detective en una de esas novelas. Creo que se podría hacer
algo divertido, trágico, simbólico, satírico y hermoso.
Es bastante extraño que a un hombre no
le baste con haber escapado a la tortura y a la muerte para vivir contento: en
cuanto empieza a adquirir nueva seguridad, el orgullo, la vanidad y la soberbia,
que al parecer habían sido aniquilados para siempre, comienzan a reaparecer,
como animales que hubieran huido asustados; y en cierto modo a reaparecer con
mayor petulancia, como avergonzados de haber caído hasta ese punto. No es
difícil que en tales circunstancias se asista a actos de ingratitud y de
desconocimiento.
Ese estremecimiento de orgullo, ese
deseo creciente de posesión exclusiva debían haberme revelado que iba por mal
camino, aconsejado por la vanidad y la soberbia.
"La felicidad está rodeada de
dolor."
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