El 02 de noviembre, se celebra el día de los difuntos, generalmente las personas lo consideran un buen momento para recordar a aquellos que tomaron el boleto de un viaje sin regreso, acuden a los cementerios a llevarle flores y en algunas regiones les dedican cantos y se coloca comida sobre las tumbas.
La celebración de este día, al menos en Latinoamérica se ha legado de generación en generación, siendo una tradición familiar acudir en masa este día a los campos santos donde descansan en paz las almas de aquellos que por un proceso biológico y natural ya no están físicamente entre nosotros.
Personalmente creo que recordar a los fallecidos no debe ser de un día, llevarles las flores más hermosas debe ser una constante, no una vez al año. Aunque muchos opinen que las flores deben regalarse en vida, porque una vez muertos no podemos sentir su olor, ni apreciar su belleza, pienso que el amar a alguien es inmortal, ese amor no muere con la persona, se queda por siempre en este mundo, al igual que las obras que dejamos al morir. Tan importante es amar en vida como recordar después de la muerte. Recordar cada gesto, cada palabra, cada beso, cada abrazo, cada consejo, cada lágrima, cada risa, cada momento, cada sueño, que compartimos con alguien tan especial en nuestro paso por este mundo.
El ser humano no nació para morir, nació para luchar contra la muerte, la Biblia nos dice que la vida del hombre es efímera como un estornudo, que son sus obras las que lo hace permanecer aún después de morir, pero además nos dice que existe la resurrección, una vida que no es precisamente ésta y yo creo que es así, nacemos para luchar, para ser felices y para vivir eternamente, para disfrutar de cada día de la vida que conocemos y vemos pensando en que habrá una que no acabará jamás y donde no tendremos que luchar, ni procurar ser felices porque la felicidad ya está establecida.
A veces cuando un ser querido muere, cada día lo recordamos menos, vamos olvidando su forma de ser, su rostro, sus palabras, su aspecto físico, lo que le gustaba hacer, hasta que olvidarnos casi todo y pensamos en ellos con dolor, tristeza y nostalgia. Yo no he querido que esto suceda en mi corta existencia, hace 3 años con 6 meses y 17 días repentinamente perdí a mi abuela materna, quien me había cuidado desde que nací, con quien estudiaba por las tardes y quien sabía todo sobre mí. El 15 de abril del año 2006, que ella falleció me cambió la vida, nunca había pensado en la importancia y el valor que tiene cada día, cada hora, cada segundo; en lo importante que es decir siempre cuanto amamos a los demás, de vivir al límite y entregar toda nuestra potencialidad para alegrarnos y alegrar a los otros; nunca había pensado en la diferencia que existe entre vivir y estar muerto, porque algunos vivos están muertos por el odio, la envidia, la depresión y la soledad y en cambio algunos muertos están mas vivos que cuando respiraban, por sus familiares, por sus amigos, por la gente a la que ayudaron, por sus sueños, por lo que lograron y legaron, porque nacieron para vivir y servir.
Cada mañana me levanto y pienso en ella, siento que me acompaña siempre y escucho su voz, dándome fuerzas, diciéndome cuanto me ama, la veo celebrando mis triunfos, queriendo mis sueños y levantando de mis fracasos, porque he entendido que estar vivo, no es únicamente respirar, sino que es caminar cada día, entregando lo máximo que tenemos y apreciando todo lo que nos rodea, porque ese día no volverá nunca, cada segundo que vivimos no vuelve a repetirse, porque el reloj solo avanza, nunca retrocede.
"Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente". (Juan 11:25,26)
Es muy cierto esto, la vida es bella solo hay que dedicarse a vivir
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